NOS DEJA LÉON ARDITTI, EL HOMBRE QUE SOBREVIVIÓ A AUSCHWITZ-MONOWITZ

Exif_JPEG_PICTUREA punto de cumplir los cien años nos ha dejado el sefardita Léon Arditti, el hombre que sobrevivió a La Buna, la fábrica de la muerte de Auschwitz Monowitz, el autor de un precioso libro: Vouloir Vivre (Querer Vivir) de editorial L’Harmattan. Lo he sabido por su hijo, Jean-Pierre Hardy, notablemente emocionado, que es quien ha vivido siempre muy de cerca la historia de su padre.

Léon Arditti (Bulgaria, mayo de 1916 – Mouans Sartoux, 16 de febrero de 2016) escribió su terrible experiencia en el campo de exterminio a inicios de la década de los ochenta, cuarenta años después del Holocausto. Nadie puede predecir cuánto dura el silencio y cuando se despierta la necesidad de hablar, de contar. Él lo hizo al escribir Vouloir Vivre, donde narra su experiencia en el campo de la muerte de la Alta Silesia y donde aparece el poema Tranche de vie, escrito en 1981 por su hermano Oscar, cinco años mayor, con el que llegó a Auschwitz.

Nacido en Bulgaria, nacionalizado francés, con raíces judío españolas, le recuerdo como Exif_JPEG_PICTUREun hombre tolerante, culto y reflexivo, poseedor de un tono irónico peculiar. Me facilitó su contacto el publicista Luís Bassat, con quien coincidí en un viaje al campo de Mauthausen, hombre comprometido con todo lo referente al holocausto pues su familia vivió también el horror de la deportación. Él y Léon son parientes lejanos y tuvieron siempre una excelente relación de amistad y afecto.

Los dos días que estuve en su casa para entrevistarle e incluir su experiencia en el libro que para entonces escribía “Vivos en el averno nazi” (Editorial Crítica, 2014), hablamos de un pasado que aún tenía registrado a fuego en su mente y grabado en su antebrazo, su número de deportado. Siempre contaba que logró sobrevivir gracias a la férrea educación recibida por sus padres y al apoyo recibido por su hermano Óscar con quien llegó al campo nazi, pero también por su astucia, su actitud mental y sus ganas de vivir.

Oscar, falleció en el año 2003, pero en la casa de Léon permanece su recuerdo y un bonito dibujo de su rostro realizado, hace ya bastantes años, por su nieto, el artista Jeremie Setton.Exif_JPEG_PICTURE

Los nazis sesgaron la vida de su hermana Ida, la de su sobrino Jacques, con tan sólo 14 años, y la de su padre Salomón, un rumano residente en Bulgaria que se trasladó a París en 1940, poco antes de la ocupación nazi de Francia, para estar al lado de sus hijos. Todos, incluidos Léon y su hermano Oscar, fueron enviados a Auschwitz. Sólo regresaron con vida los dos hermanos.

Drancy, Auschwitz, Gleiwitz, Osterrode, Günzerrode y Dora-Mittelbau son los campos que componen el peregrinaje de los hermanos Arditti en Francia, Polonia y Alemania. En algunos fueron de paso, pero el gran terror fue su estancia en Auschwitz III Monowitz. En este mismo lugar fueron deportados conocidos nombres del mundo literario como son el escritor italiano de origen judío sefardí Primo Levi o incluso el escritor húngaro de nacionalidad rumana Elie Wiesel, con quien compartieron block, la barraca 30, aunque no lo supieron hasta después de la liberación

Léon Arditti sobrevivió en Auschwitz a 40º bajo cero, escapó a los más duros trabajos, a las temidas “selecciones” para las cámaras de gas, a las marchas de la muerte, al hambre, la disentería, los golpes de schlague propinados por los SS y, hacia el final de la guerra, en un traslado a otros campos, consiguió evadirse al ocultarse en un conducto de ventilación escapando a una muerte segura. En el último campo que pisó, Dora-Mittelbau, llevó a cabo la esperpéntica tarea de trasladar a diario los cadáveres de los presos que agonizaban en la enfermería hasta el crematorio. Se palpaba una libertad inminente y, sin embargo, muchos seguían muriendo en aquél dramático submundo nazi.
Contaba así uno de los peores momentos, el adiós a su padre (Extracto de “Vivos en el averno nazi”):

-Nos hicieron partir de Drancy en formación hasta el tren. ¡Snell! Snell! Gritaban todo el rato. Llegamos hasta unos trenes de madera donde podía leerse en letras blancas “40 hombres-8 caballos”. De repente oímos aufsteigen! (suban!)- gritaban otra vez… Eran trenes de ganado. Ayudamos a subir a mi padre, que ya le dolían las rodillas… En el interior todo era oscuridad, entraba mucha gente, nos íbamos apretando, casi sin respirar, teníamos miedo, estaba todo sucio, sólo entraba aire a través de una pequeña rendija de unos pocos centímetros y nos pusieron un viejo cubo de metal que sería la letrina para todos. De repente la puerta se cerró con golpes y oímos el ruido metálico del cierre. Escuchamos sonido de metralleta y más gritos. Vociferaban como locos. Alguien dentro del vagón que sabía alemán nos dijo que gritaban que no intentáramos evadirnos porque nos fusilarían a todos.

Fueron dos días de miedo, desconcierto y pánico. Llegaron el 20 de diciembre de 1943 a una estación desconocida. Al abrir las puertas de aquél infecto vagón pudieron ver su localización. En un rótulo estaba escrito: “Auschwitz”.

Tiene muy grabada en su mente la llegada a la estación, con el suelo blanco cubierto de nieve, los uniformes de los SS por un lado, los hombres esqueléticos vestidos con un traje o pijama de rayas por otro, gritos, ruido, muchedumbre, nervios, unos corriendo, otros cayéndose al suelo, empujones… Era la antesala de lo que les esperaba. A la llegada, en medio de aquél inmenso caos, los SS separaban a hombres de mujeres y a enfermos con ancianos.

-Todo el rato gritaban lo mismo ¡Raus raus, schnell, schnell!, eso no era un sonido humano, no era normal. Yo oía esto por primera vez en mi vida. Era una forma deshumana de los nazis. Gritos salvajes. Nos despojaron de todo, relojes y cualquier cosa bajo la amenaza de ser fusilados, y también nos obligaron a dejar las maletas en el vagón. Bajando del tren encontré a un amigo que no había visto desde hacía años y hablaba judío español. Este amigo, preso también, estaba destinado a coger las maletas de los otros presos que bajaban del tren, estaba a mi lado y escuché que decía ‘los camiones que ves allí enfrente jamás subas allí!!’ ¿Por qué? –le pregunté- ‘Idiota esto es para ir a la chambre à Gaz tout de suite’. Por primera vez oía la palabra cámara de gas. Y en aquél minuto exactamente, vi a mi padre, con las rodillas muy mal, con mucha dificultad, subiendo cómo podía a ese maldito camión. Mi hermano Oscar y yo supimos que no podíamos hacer nada. Nos cogimos las manos fuertemente y dijimos adiós a mi padre en la distancia, en silencio: ‘adiós papá, adiós’. Él no nos veía porque había mucha gente en la estación, estaba a unos doscientos metros y reinaba un caos completo. A mi hermana la pusieron en la fila de mujeres y ya no lo vimos nunca más.

El 11 de abril de 1945 llegaron los americanos al campo. Llegó la liberación. Trauma, silencio y exilio interior, es algo común en los supervivientes en el proceso del Retorno. En el caso de Léon, pasaría mucho tiempo sin poder hablar de ello, durante muchos años.

-No hablé durante 35 o 40 años. Pero un día, en el año 1978-1979 o antes, me levantó de dormir y le dije a mi mujer debo de hablar y lo grabé todo durante dos días enteros. Fue así, de repente sentí una enorme necesidad interior. Pero con mi familia hablé poco o nada de ello. Faltaban mi papá, mi hermana y mi sobrino, que jamás volverían. Era muy doloroso. Ni siquiera lo hablé con mi hermano. Con mi hermano estaba todo visto, vivido, y con mi familia qué les iba a contar ya…. Pensaba, ¿quién me puede comprender? Si se lo digo a mi madre que sabe que nunca miento, sabe que es verdad, pero cómo va a comprender tal barbaridad. No puede. Un humano no comprende lo que es deshumano. Aquello fue deshumano completaExif_JPEG_PICTUREmente”.

Vivió con este estigma a cuestas, pero también con una increíble capacidad de perdonar. En innúmeras ocasiones de nuestras conversaciones medio en español medio en francés, hacía gala de su buen humor y su excelente memoria.

Hace dos años, llamé a Luís Bassat para preguntarle por Arditti. Me respondió que aún tenía una gran memoria, que a sus más de 97 años decía ‘no hay día que no me acuerde de aquello’.

Ha pasado el tiempo e irremediablemente, Arditti nos ha dejado. Aun así, su hijo Jean-Pierre, que forma parte de una asociación judío-española llamada “Nuestros Desaparecidos”, dice que a pesar de la débil salud que tuvo los dos últimos dos años, cuando alguien le preguntaba ‘¿cómo va todo?’, él siempre respondía: ‘maravillosamente bien’. Ese es Léon Arditti.