CONCHITA GRANGÉ RAMOS (Torre de Capdella–Lleida, 1925)

CAMINO DE RAVENSBRÜCK A BORDO DEL TREN FANTASMA

P1510088“Llegamos a Ravensbrück el 9 de septiembre de 1944. Fuimos a parar al bloque 22, el más sucio. Allí estaban las gitanas. Nada más entrar, un olor nauseabundo se nos agarraba a la garganta. Era terrible: los piojos, los chinches, de todo había allí (…) En Ravensbrück he visto a las “oficerinas” pegar con los látigos que llevaban; pegaban a las que pisaban los bordes de las barracas; pegaban a los niños que chillaban hasta que perdían el sentido, y después, en las salas de exterminio a los que jamás volvíamos a ver. Los golpes, el ladrido de los perros de los SS, los silbidos, las “listas” a las tres de la mañana durante tres horas (…) En Ravensbrück todo era siniestro. El camino de piedras, el campo negro, el águila enorme…”                          (Testimonio de Conchita incluído en el libro “De la resistencia y la deportación”, de Neus Català)

Así fue la entrada de miles de mujeres en uno de los peores campos nazis durante la II Guerra Mundial: Ravensbrück, cerca del pueblo de Fürstenberg, un tétrico lugar pantanoso a unos noventa km al Norte de Berlín, Alemania.

Entre 1939 y 1945, la fecha de la liberación, fueron presas en este campo unas 132.000 mujeres de más de 40 países diferentes, incluidas unas 300 españolas. Algunas, pocas, llegaron con sus hijos, la mayoría exterminados, al igual que los cerca de 20.000 hombres que, a partir de abril de 1941, fueron destinados a un anexo construido para ellos.

Había leído el libro de Neus Català “De la resistencia y la deportación. 50 Testimonios de mujeres españolas” y me cautivó de inmediato el texto de Conchita Grangé Ramos. Poco después leería también “L’Odyssée du train fantôme”, de Jürg Altwegg, donde narra en distintos momentos la experiencia de Conchita a bordo del fatídico Tren Fantasma, Le Train Fantôme, desde Toulouse, donde fue apresada por la Gestapo, hasta Dachau y, finalmente, hasta el campo nazi de Ravensbrück.

P1510015-Entras en un mundo que ya no es mundo – me dijeron las pocas supervivientes que entrevisté en España y en Francia. Era su forma de definir su dantesca y cruel entrada en este averno oscuro, con barracones grises y aspecto siniestro.

Para conocer la experiencia de las mujeres en los campos nazis visité la Amical de Ravensbrück de Barcelona y hablé con Neus Català, a la que entrevistaría en su casa de Rubí (Barcelona). Semanas después viajaría a París, a casa de la francesa Elisabet Ricol, de padres españoles de Toledo y Brigadista Internacional en Albacete, más conocida como Lise London por ser la esposa del político Artur London. También en París visitaría en su casa a la deportada francesa Annette Challut, la que fue presidenta de la Amical Ravensbrück de París. Poco después llegué hasta nuestra protagonista.

Conchita Ramos nació en Cataluña, en Torre de Capdella –Lleida-, pero de niña fue trasladada a Toulouse con sus tíos y a los 17 años ya colaboró con la Resistencia francesa en su lucha contra el fascismo. Conchita a la liberation-20 années CEDIDA

Alguien la denunció, fue detenida, apaleada por la Gestapo y, finalmente, trasladada al campo nazi de Ravensbrück. Allí fue testigo de la trágica matanza de tres niños, vio morir a otras tantas mujeres y observó el resultado de los experimentos médicos en mujeres operadas. Me repitió en más de una ocasión: “aquello era terrible, se les veía el hueso, les sacaron la piel, los músculos….hicieron barbaridades con aquellas mujeres…”

Con una de ellas, una rusa, guardó una bonita amistad muchos años después de la liberación, al igual que con Geneviève de Gaulle, la sobrina del general de Gaulle y la etnóloga y escritora Germaine Tillion. Siempre recuerda una frase suya al hablar del sabotaje en las fábricas de armas nazis donde trabajaban las deportadas y cómo debían comportarse para pasar desapercibidas: “Hay que ser inteligentemente imbéciles y torpes”. Siempre me pareció una excelente frase.

Conxita abans de la guerraConchita siempre ha permanecido en silencio, sin entrevistas, lejos de la opinión pública, pero se ha implicado activamente en dar a conocer el horror nazi a los jóvenes franceses de las escuelas de Toulouse. Imparte charlas, les cuenta su experiencia en un cruel pasado para que, como ella dice, recuerden y no olviden.

Hoy ya no acude a su cita semanal en el Museo de la Resistencia de Toulouse, un problema de salud la mantiene al margen de todas aquellas tardes con jóvenes horrorizados ante lo que les contaba. Observé sus rostros en una de sus conferencias y realmente era impactante, sobrevolaba un profundo respeto e inquietud por saber aún más de lo ocurrido. “Esto que cuenta no lo leemos en los libros de texto”, decían.

¿Y del negacionismo? Conchita se enfurece con este tema. Su respuesta es tajante: “A los que dicen esto yo les llamo nazis” Deja muy claro que no entiende que nadie pueda pensar así y, por ello, ha ofrecido siempre su testimonio a los jóvenes estudiantes porque son el futuro, tienen el porvenir por delante y desea que nunca lleven a cabo barbaridades similares. A ellos no les odia, son la tercera o cuarta generación, pero a algunos de los abuelos que colaboraron con aquellas matanzas sí les odia, eran unos bárbaros: “Yo he visto matar niños por aquellos abuelos y eso no lo puedo olvidar”.Exif_JPEG_PICTURE

La entrevista se produjo en el Museo de la Resistencia de Toulouse, delante de un cuadro que siempre le impresionó y del que adjunto la imagen. He hablado con ella por teléfono y se alegra de la publicación de este libro: “es importante que la gente sepa qué ocurrió en el pasado, en aquellos tiempos de guerra, antes de que se olviden de nosotros”

VIVOS EN EL AVERNO NAZI (Ed. Crítica)

Fragmentos baja resolución de Conchita (en catalán). En el primero recuerda su llegada al campo de Ravensbrück y cómo le dijeron de ir a ver les “Petites lapins” (pequeñas conejas). La llevaron a una barraca donde vio algunas mujeres operadas de las piernas…»se les veía el hueso, les sacaron la piel, los músculos»…. Con una de ellas, una rusa, guardó una bonita amistad muchos años después tras la liberación.

En el segundo fragmento explica cómo le rozaron las balas en la cabeza cuando varias mujeres hambrientas se lanzaron sobre unas verduras podridas lanzadas por un camión. Los SS les dispararon sin cesar y muchas murieron allí mismo.

En el tercer fragmento narra una imagen que tiene grabada en su mente: cómo una guardiana lanzó un perro sobre un niño de cuatro años.

En los otros fragmentos comenta que no entiende que pueda existir el negacionismo. Ella ofrece su testimonio a los jóvenes estudiantes porque son el futuro, tienen el porvenir por delante y desea que nunca lleven a cabo barbaridades similares. A ellos no les odia, dice Conchita que son la tercera o cuarta generación, pero a los abuelos que colaboraron con aquellas matanzas sí les odia, eran unos bárbaros: “Yo he visto matar niños por sus abuelos y eso no lo puedo olvidar”.

http://youtu.be/-zU7S_U5z_w